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La marca
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En seguida me di cuenta que había perdido la marca en el libro, y ahora no sabía por dónde iba. Lo único cierto era que no estaba ni muy al principio ni muy al final. Así que no tuve más remedio que empezar a pasar página arriba y página abajo, chupándome los dedos, de manera que el sabor amargo aumentaba por momentos en la punta de mi lengua. Hasta que se me hizo insoportable. Llegado a ese punto recordé, de pronto, el exacto lugar de la señal. Y me temí lo peor. No en vano el libro se titulaba “El nombre de la Rosa”.
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