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El talón
No había flecha que le pudiera hacer daño, ni siquiera la de Cupido. Santos, a pesar de provenir de la pobreza más extrema, nunca había necesitado de nadie para salir adelante. En ningún sentido. Era un hombre desconfiado y hecho a sí mismo, tanto que prefirió vivir en la más absoluta soledad. Hasta los deslucidos recuerdos de su vida, recuerdos que tanto despreciaba, se los guardaba con celo sólo para él. Pero un día cogió un bolígrafo, fue a firmar un talón y se encontró con que había olvidado su propio nombre. Asustado, miró alrededor y, por primera vez, echó en falta a alguien con quien compartir su temor.
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